viernes, 6 de diciembre de 2013

Cuenta la leyenda...

Cuenta la leyenda, que en las montañas del norte, donde habitan las bestias más feroces,  vivían plácidamente una tribu de hombres voladores que surcaban los cielos con sus grandes alas y vivían en armonía.
Cada amanecer desplegaban sus alas y juntos navegaban el cielo en busca de sustento.
Un día, uno de ellos, decidió ir por su cuenta, arriesgándose a perderse, ya que aunque conocían el cielo como la palma de su mano, le tenían un tremendo miedo a pisar tierra firme, ya que decían que era tierra de lobos.
Aunque todos le conocieran como el más ingenuo, en realidad era muy astuto, y para quitarse esa fama, se dispuso a permanecer durante dos días enteros sobre tierra firme completamente a solas.
Surcó los cielos por la noche y cuando comenzó a amanecer, descendió hacia la primera llanura que encontró, ya que estaba muy cansado.
Se recostó debajo de un árbol y acurrucado, se durmió durante varias horas. Al despertarse se encontró con que el sol ya se estaba escondiendo a lo lejos entre las montañas y él todavía no había encontrado cobijo ni alimento para pasar la noche.
Aterrado por las leyendas que había escuchado desde pequeño, corrió sin rumbo buscando con desesperación un sitio donde refugiarse de la noche.
Se movía apresuradamente, recorriendo con los ojos la poca luz que le quedaba y tanteando un sitio donde guarecerse.



Cuando la oscuridad fue total, comenzó a inquietarse, ya no podía andar sin tropezarse. Añoraba el poder volar, tranquilo, sin miedos. 
Empezó a sollozar, echando de menos su casa y arrepintiéndose de su decisión.
Pensando y pensando, no se había dado cuenta, de que ni la oscuridad era tan total, ni el bosque era tan tenebroso. Brillaba por si sólo y la luna iluminaba el camino.
De repente una aguda voz le habló cerca suyo <<¿Por que lloras?>> . Con los ojos empapados en lagrimas, buscó el origen de esa voz. 
Encima de un árbol, un pequeño buhito le miraba con sus grandes ojos, como si jamás hubiera visto nada parecido. 
El hombre volador cesó de llorar y con la voz rota contestó <>, el pequeño buhito se echó a reír, jamás había escuchado que los grandes hombres voladores pudieran tener miedo a algo.
<>, dijo el buhito, apoyándose suavemente en el hombro de éste.
Juntos pasearon en la noche y el pequeño búho le enseñó por que no había que tener miedo al bosque. 
Al amanecer, el buhito quiso irse a casa, pero el hombre volador no le dejó, alegando que necesitaba quedarse otra noche más y no podía hacerlo sólo. El búho le pidió que le dejara ir, que en su casa debían de estar preocupados, pero el hombre llevado por su egoísmo y a pesar de la ayuda que le había brindado, no quiso dejarle ir y para que no escapase, le cortó las alas.
El buhito suplicó y pidió clemencia pero el hombre tenía miedo de la soledad. Al final, agotado y sin fuerzas la vida del buhito se consumió y dejó sólo al hombre volador. 
Cuando éste se dio cuenta de lo que había hecho el arrepentimiento le inundó completamente. El pecado que había cometido no le dejaba vivir, y para reparar su falta decidió no volver a volar en el nombre del pequeño buhito, quedándose solo el resto de su vida.

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