lunes, 24 de marzo de 2014

Desmemoria

El brillo me quemaba los ojos. Pareciese que llevaba horas en aquel lugar, o quizás minutos, no lo sabía con seguridad.
La sala blanca de cortinas verdes era diminuta, en donde tan sólo entraba una cama y una silla. Podía intuir que tras esas cortinas color cetrino había mucho más. 
El silencio era absoluto y la calma total.
Era incapaz de mover mis miembros. La cabeza me daba vueltas y tan sólo era capaz de abrir los ojos de vez en cuando, ya que los párpados me pesaban como losas de hormigón.
Algunas veces, cuando conseguía mantenerme despierto más de cinco minutos seguidos, conseguía oír retazos de conversaciones apagadas que más tarde no conseguía recordar. También veía personas, me cambiaban los líquidos, las vendas, a veces el pijama. Pero ninguna de esas veces vi a nadie conocido. 
Creía tener gente que vendría a verme pero no estaba del todo seguro, me sentía como en un sueño y no sabía exactamente quien era y que había sido de mi vida.
De cuando en cuando durante esos segundos o minutos de lucidez, una persona, una mujer, me hacía preguntas extrañas, ¿Cómo te llamas? ¿En qué año estamos? ¿Dónde vives?. También me obligaba a mover los dedos de los pies y de las manos, me subía las piernas y los brazos, esos momentos eran los peores, un dolor agudo me atravesaba entero. Luego ya no recordaba nada.
A veces soñaba con esa mujer, con su pelo castaño, largo y ondulado. Soñaba que le tocaba el pelo, suave y sedoso, con un aroma dulce y floral, como a mimosas. Me encantaban las mimosas.
Sus ojos me miraban fijamente, como el café con leche y en ellos encontrabas todas las virtudes que una persona pueda tener. Generosidad, inteligencia, ingenio, sentido del humor, esperanza… Yo estaba en frente suya y la miraba fijamente. La estaba enamorando con la mirada y ella no podía resistirse a mi. Era un sueño magnifico.



También había veces en el que los sueños eran aterradores. No tenían una trama fija, pero todos coincidían en lo mismo. Yo no era nadie. Nadie sabía quien era yo. No tenía una vida. Y ni si quiera yo sabía quien era.
En esos momentos me devolvía a la habitación vacía de paredes blancas y cortinas verdes. Y sinceramente no sabía que era peor.
Día tras día, recuperaba la consciencia y volvía a sumirme en un sueño profundo y día tras día, me horrorizaba y maravillaba con cada fantasía.
Notaba que cuanto más tiempo pasaba, más rápido recuperaba la consciencia y que esos minutos, eran más largos cada vez.
La habitación se volvía más blanca y las cortinas más verdes. La mujer de mis sueños aparecía cada vez menos en mi cuarto y cada vez más en mis descansos.
Ahora ya era capaz de levantar el brazo sin necesidad de ayuda, pero eso no era una buena noticia. Eso sólo significaba que aquella mujer idealizada vendría cada vez menos a visitarme.
Un día, en esos momentos de claridad, decidí que ya era hora de preguntar que pasaba, donde estaba y porqué. Esperé paciente a que alguien apareciera, pero ese momento no llegó y pronto caí en el sopor que llevaba mi cuerpo esperando por el cansancio.
Al despertar, nada había cambiado, la luz del día era de un intenso color rojo anaranjado. miré por la ventana y lo único en lo que podía pensar era porqué el cielo sangraba de esa manera. 
Se me habían olvidado los propósitos que tenía por un momento y cuando por fin apareció la mujer a través del cortinaje, me quedé ensimismado en sus ojos del color del café recién hecho.
Hizo lo que tenía que hacer y se fue sin decir palabra. 
En las películas siempre han hablado de enfermeras guapas y simpáticas que empatizan con el paciente y le hacen sentir reconfortado y cálido. Este caso no era así, no era como me había imaginado. 
Me sentía roto por dentro, como si hubiera cogido los pocos pedazos de mi corazón ya muerto y los hubiera pisado sin que se hubiese dado cuenta siquiera de lo que estaba haciendo.
Mis ojos empezaron a pesarme. Intenté mantenerme despierto pero Morfeo me llamaba con gran insistencia y tras varios, lentos y torpes parpadeos entré en un sueño profundo sobre brumas grises y neblinas calmadas.
A lo lejos estaba ella, su elegante espalda, su largo cuello, su espeso cabello, todo envuelto en olores dispares, pino fresco, limón, lluvia, menta, hierbabuena, pero también sudor, tabaco, moho, descomposición y por encima de todo esto destacaba el olor de las mimosas, dulce y abundante, el olor de la primavera. Rodeaban mis sentidos y me atontaban en una infinita espiral de inquietud.
Andaba hacia ella, primero con paso lento, después más rápido, al final terminaba corriendo pero nunca me acercaba lo suficiente.
Ella no me miraba. En ningún momento. La soledad que me invadía era tal, que desperté agitado entre las sabanas, mientras un sudor frío me recorría la frente.
Alcé la mano para secarme el sudor. Los surcos que recorrían mi piel eran profundos como grietas y marcaban los vestigios de cada primavera.
Comencé a temblar, las convulsiones cada vez eran mayores. El miedo me agitaba y me soliviantaba. ¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Quién era yo? ¿Dónde estaba? ¿Porqué? ¿Porqué? ¿Porqué?. 
Intenté pedir ayuda, pero la voz no me funcionaba y no era capaz de vocalizar palabra. La vista comenzó a fallarme. Todo se veía borroso. De pronto no sé como, en mi cuarto aparecieron un gran número de personas, todos vestidos con sus batas y sus máscaras. Unos miraban, otros hacían movimientos rápidos, otros gritaban. Se había formado un gran escándalo a mi alrededor, todos me observaban y me tocaban; y yo, mientras, tan sólo buscaba con la mirada. Ella no estaba. ¿Qué le iba a decir? ¿Que no era más que un viejo decrépito que se había olvidado de quién era?
Reconocí algunas palabras entre el cúmulo de voces exclamando a la vez. Cosas tales como, ataque cerebral isquémico, entumecimiento, perdida de la vista… La sala daba vueltas a mi alrededor. Quería preguntar muchas cosas, pero sentía que no tenía el tiempo ni la capacidad para hacerlo. 
Y de repente todo se silenció. Ya no había más ruido. La paz inundaba el lugar. Pero yo, ya no estaba en la sala de paredes blancas y cortinas verdes. Esto era muy diferente. No sabía exactamente donde me encontraba, pero por alguna razón sabía que allí iba a estar bien. Algo me decía que no iban a molestarme en mucho tiempo. Ahora podía moverme, correr, gritar, saltar. Todo era completamente diferente.
Instantáneamente esa paz se fue alejando y la notaba cada vez más lejos. No quería que se marchara. Mi cabeza daba vueltas de nuevo. No. ¡No!.
Una decena de rostros me miraban fijamente. Se felicitaban los unos a los otros. Estaban felices. ¿Pero porqué? ¿Qué habían hecho para que estuvieran tan orgullosos de si mismos?
Y una vez más volví a sumirme en la oscuridad. Esta vez no soñé. Y cuando desperté de nuevo, estaba solo. Abandonado, en no sabía dónde. ¿Quién me había traído allí? ¿Y porqué?. No tenía las respuestas para ninguna de esas preguntas y pareciese que nadie quisiera respoderlas.
A lo lejos, fuera del cuarto, más allá de la puerta de metal oía voces lejanas. Conversaciones ajenas de personas extrañas. Hablaban sobre alguien. Sí, un pobre hombre. Por lo visto sufría alzheimer. Al parecer nadie había querido ocuparse de él. Estaba solo en el mundo. Según parecía casi se les había ido el día anterior… ¿Pero ido a dónde?
La conversación continuaba. Hablaban básicamente de banalidades, y de vez en cuando mencionaban a ese señor. Inconsciente la mayor parte del tiempo, no se daba cuenta de la realidad que le rodeaba, y menos mal, ya que de esa manera no reparaba en la soledad que le envolvía. Sus hijos le habían abandonado en una residencia de mala muerte, le habían dejado a su suerte, y ni si quiera se habían dignado a visitarle ni una sola vez desde que le dejaron en aquel lugar. 
Pobre, es algo que no le desearía a nadie, gracias a Dios yo la tengo a ella.

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