martes, 23 de marzo de 2010

La condena

Era noche cerrada. No se exactamente que hora, vagabundeaba por las calles de Londres sin saber hacia donde me dirigía. Me había acostumbrado a salir cerca de la medianoche todos los días a dar un refrescante paseo, para despejarme y aclarar mis ideas. Últimamente las cosas no iban del todo bien y temía por mi puesto de trabajo. Esa noche como otra cualquiera, bien abrigada, paseaba sin pensar el camino que llevaba. Por desgracia mis pies me llevaron hacia un sitio poco adecuado para una chica como yo. No me fije hasta que oí el ruido de la sirena de un coche de policía, algo estaba pasando y yo no me había dado cuenta de a donde había llegado. El lugar estaba cerrado, las ventanas tapiadas. Según leyendas absurdas de Londres esa casa estaba maldita y nadie debía entrar, ya que la última vez alguien murió inexplicablemente; algunos decían que había sido un asesinato, pero para las personas cuerdas de la ciudad, sin tiempo que perder en esas tonterías, se creía que simplemente se dio un golpe o murió por causas naturales. Igualmente yo nunca había estado tan cerca de aquel lugar, no por miedo, sino por precaución, además de que esa casa quedaba lejos de la mía. 
No se exactamente que se me pasó en ese instante por la cabeza pero sin saber porque se me ocurrió entrar en la casa, la verdad es que no creía en esa ridícula superstición, para mi únicamente era una casa abandonada más de las muchas que había en aquella parte de Londres. Me acerque a una de las ventanas y mire entre las rendijas de las tablas de madera. El silencio era sepulcral y un escalofrió me recorrió toda la espalda hasta llegar a la cabeza, en ese momento el miedo me aterrorizo. Era idiota pensar que algo sobrenatural podía pasarle a esa casa y por demostrarme algo a mi misma o por simple estupidez decidí romper algunas de las tablas y entrar a probarme que nada extraño ocurría en aquella vivienda. Algo me rozo la pierna y de un salto me aparte gritando. Al ver lo que me había rozado me reí, aunque interiormente no dejaba de pensar que algo raro sucedía, un pequeño gato gris con rayas negras paseaba tranquilamente cerca de mí. Cuando por fin conseguí romper las suficientes tablas para que pasase mi cuerpo por el hueco, entré poco a poco en aquella casa maldita. Admito que al principio tenía algo de miedo, pero poco a poco al ver que simplemente era una casa abandonada y que nada sucedía allí dentro, me fui tranquilizando. La aventura que me había montando en poco tiempo, me estimulo, y note como la adrenalina pasaba por mi cuerpo. Decidí ir a investigar algo más sobre aquel lugar y comencé a pasearme por las habitaciones destruidas y olvidadas de aquella mansión. Cada habitación tenía mil objetos y cada objeto un recuerdo, una historia. Algo me fascinó cuando me acerque al que debía ser el dormitorio principal. Un pequeño espejo viejo y sucio que parecía de oro. Pensé en llevármelo y como si algo me hubiera llevado a hacerlo me lo metí en el bolso. La mesita en donde había encontrado el espejo estaba repleta de objetos antiguos y preciosos, abrí los cajones para inspeccionar en busca de cosas tan maravillosas como aquel espejo o algunas de las cosas que estaban sobre la mesa. En ese momento oí un portazo en el piso de abajo. Mi respiración comenzó a agitarse. Empecé a inquietarme, no podía sostenerme en pie. Estaba aterrorizada. Esa casa llevaba abandonada casi 50 años. ¿Quién podía estar abajo? Intente tranquilizarme, quizá solo era el viento. El crujir de los peldaños de las escaleras me afirmó que no era el viento lo que había cerrado la puerta. Empecé a jadear y el instinto me obligo a esconderme en el armario que había cerca de la cama. Desde allí dentro no podía ver nada de lo que sucedía fuera. Oí como alguien se acercaba lentamente por el pasillo. Parecía que no dudaba respecto al lugar donde se dirigía. Oí entonces su respiración, ya estaba en la habitación y parecía que buscaba algo. Los pasos, su respiración o aquel olor a podrido que parecía que despedía aquel ser me dio a entender que lo que se encontraba en aquella habitación, no era un vagabundo, ni un animal y por alguna razón, yo que jamás había creído en nada sobrenatural, estaba segura de que aquello no era humano. Aquel ser que se hallaba en la habitación buscaba con desesperación algo. No podía ver nada de lo que sucedía en el cuarto pero por el sonido que me llagaba entendí que el ser estaba buscando en la mesita algún objeto que debía de estar en ella y no lo encontraba .Como un rayo mi mano topó con el espejo que llevaba en mi bolso. Por alguna razón que yo no sabía, ese espejo era importante, lo buscaba aquel ser, yo lo tenía en el bolso, y me iba a descubrir. Pensé en salir y de forma pacífica entregarle el objeto, pero sabía que no era una buena idea y aunque hubiera querido era como si mi cerebro se hubiera negado en redondo a enfrentarse a lo que rondaba la habitación. Aterrada noté con el manillar de mi escondite giraba y como poco a poco la puerta se abría, lentamente. Intente cerrar los ojos, pero mi mente fue incapaz; aunque estuviera muerta de miedo, una parte de mi quería saber que era esa cosa. Pronto me arrepentí. Enfrente de mí apareció la bestia más horrorosa que he podido ver o imaginar en mi vida. Su cuerpo repleto de una especie de pelo negro azabache, era tan grande como dos personas juntas, las garras afiladas sobresalían de sus manos, parecía como su hubiera tenido un accidente y su cabeza se hubiera quedado deformada y su cara repleta de cicatrices y desfigurada encerraba un siniestra sonrisa de por vida. Con una de sus zarpas me agarro del cuello, tiro de mi bolso y me lanzo contra la pared. Yo sin tiempo que perder corrí desesperada hacia el hueco que había hecho en una de las ventanas. Ya fuera, sin mirar atrás, ni pensármelo dos veces, corrí, como jamás lo he hecho y nunca volví a acercarme a aquella casa. Al contarlo a la policía, me tomaron por loca, no volví a contar esta historia, hasta hoy y estará escrita para siempre.

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